En cada tres de cuatro hogares de nuestro país se desperdicia comida. En la mayoría de casos, se tiran los productos sin haber sido cocinados. Nos enfrentamos a un reto incluido en los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas: reducir esta pérdida antes de 2030.
¿A qué nos referimos?
Hablamos del desperdicio causado por las decisiones y acciones de consumidores, proveedores y minoristas. No solo tiramos comida en casa. También lo hacemos cuando consumimos en bares y restaurantes. Pero esta costumbre es más relevante en nuestros hogares, donde muchos productos caducan por descuido o falta de planificación al hacer la compra.
Se calcula que, a nivel global, cerca del 17 % total de alimentos acaba en la basura. Los productos frescos como frutas, verduras y hortalizas son los que más se desperdician. En este grupo, patatas y lechugas están en primer lugar. Y entre las carnes destacan el pollo y la ternera.
¿Por qué tiramos tanta comida?
Aunque parezca increíble, desperdiciamos más comida en tiempos de escasez. Es un fenómeno que se observa cuando surgen problemas de distribución y crisis puntuales de suministro. En esos momentos, en lugar de comprar lo necesario, compramos y desperdiciamos más que nunca.
Ante la amenaza de una recesión económica, por ejemplo, compramos más productos perecederos, y este incremento se traduce en un exceso: acumulamos más de lo que podemos consumir antes de que se eche a perder.
Otra circunstancia que aumenta el desperdicio es la llegada del verano: el calor, la improvisación y el tiempo libre contribuyen a que tiremos más alimentos.
Este desperdicio es el resultado de una falta de una planificación. Y el resultado es que una parte substancial de nuestra compra acabe en la basura.
¿Cuál es la dimensión real del problema?
Cada vez que tiramos un producto, todos los recursos que se invirtieron en su desarrollo (agua, mano de obra, dinero, energía) también se desperdician. Este proceso genera gasto y emisiones de gases que contribuyen al cambio climático.
Por eso es imprescindible adoptar medidas a escala global. Como consumidores, tenemos que cambiar nuestros hábitos para acabar con esta paradoja insostenible: en un mundo en el que aún existen personas que pasan hambre y en medio de una crisis energética, se pierden toneladas de comida que podrían aprovecharse.
¿Existen medidas para afrontar el problema?
En 2023 entrará en vigor en España la nueva Ley de Desperdicio Alimentario, que regulará la donación de alimentos y la prevención del desperdicio.
Cada 29 de septiembre se celebra el Día Internacional de Concienciación sobre la Pérdida y el Desperdicio de Alimentos. Es una gran oportunidad para descubrir que estamos a tiempo de buscar soluciones.
La cuestión está incluida entre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas: se pretende que en 2030 el desperdicio de alimentos por habitante se reduzca a la mitad.
Algunas soluciones prácticas
- Tomar conciencia de lo que estamos tirando.
- Usar congeladores y neveras de forma eficaz.
- Planificar los menús de cada semana.
- Adoptar dietas más saludables y sostenibles.
- Prestar atención a la cadena de frío.
- Comprobar las fechas de caducidad y consumo preferente.
- Comprar las cantidades necesarias: no acumular alimentos frescos.
- Optar por alimentos de proximidad.
- Aprender a gestionar las sobras.
- Consumir especies que no están en riesgo de sobrexplotación.
En general, desconocemos las múltiples opciones que existen para aprovechar las sobras: son conocimientos tradicionales que se han perdido en las últimas décadas, pero que ahora sería importante recuperar.
Un consejo final: tenemos que dejar de juzgar las frutas y verduras por su apariencia. Muchas veces descartamos productos por su forma o color, independientemente de su calidad. Si el sabor es el mismo, busquemos la forma de aprovechar comida que jamás debería convertirse en deshecho.
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