Año nuevo, vida nueva. Enero es un mes de cambios, inicios y proyectos ilusionantes. Y uno de ellos puede ser tomar la decisión de emanciparte, cambiar de ciudad o irte a vivir con amigos. Todos soñamos con disfrutar de una experiencia agradable y emocionante en una gran ciudad al más puro estilo de Friends, pero la convivencia de Joey y Chandler o de Monica y Rachel no es algo que se consiga de la noche a la mañana. A continuación, comentamos algunos trucos para que compartir piso sea una experiencia que disfrutar y no una etapa que sufrir mientras esperamos a ganar mayor independencia económica.
A la hora de compartir piso, lo primero, antes de nada, es conocer a nuestros potenciales compañeros. Mudarse con amigos puede convertirse en un arma de doble filo: si bien habrá más afinidad en algunos aspectos, pueden existir ciertas dinámicas que se manifiesten como algo tóxico cuando a la amistad se suma el hecho de compartir vivienda, o puede hacerse más difícil plantear cosas que nos molesten del otro por miedo a dañar la relación previa. Por ello, en ese caso, será importante sentarnos a hablar con nuestros colegas y ser honestos con nuestros hábitos y expectativas, para que todo quede claro antes de cargar las maletas. Si, por el contrario, no conocemos a las personas con las que compartiremos techo, es muy positivo tener un encuentro en persona antes: hay muchos aspectos de la gente que no se perciben por llamada o mensaje de texto.
Una vez hemos decidido dar el paso e instalarnos con esas nuevas personas, debemos ser conscientes de lo que supone la convivencia: el respeto, la comunicación y la educación deben estar siempre presentes. Todos somos personas que merecemos respeto, más aún en nuestro hogar, y tenemos el deber de mostrarlo a los demás y el derecho de exigirlo para nosotros mismos. La gestión de las quejas y tensiones que inevitablemente surgen con la convivencia de cualquier tipo se van a resolver mucho mejor si mostramos un tono amable y respetuoso, asertividad con aquello que es importante para nosotros, y no damos nada por sentado. Tus compañeros de piso seguirán siéndolo -en principio- después de cualquiera de estas tensiones. Es mucho más fácil mantener un buen clima en la casa si evitamos los gritos y las palabras antipáticas. Un básico que recordar: darnos los buenos días y saludarnos al cruzarnos por el pasillo, ¡no cuesta nada y tiene un impacto enorme!
En cualquier piso compartido se presupone que va a haber dos tipos de espacios: las zonas individuales y las comunes. Las primeras son fundamentales dado que serán donde pasaremos la mayor parte de nuestro tiempo en casa: donde dormiremos, estudiaremos o trabajaremos, o donde practicaremos deporte o cualquier otro de nuestros hobbies. Por eso, es fundamental respetar la privacidad de las zonas individuales a fin de lograr que todos nos sintamos realmente en nuestra casa. A nadie le gusta entrar en su habitación y ver que alguien ha estado allí o le han tocado sus cosas, que le ensucien el espacio o que entren sin llamar a la puerta cuando se está dentro. Respetando los espacios de cada uno, todos los convivientes os sentiréis más seguros y por tanto más a gusto.
Pasando a las zonas comunes, las mismas van a merecer un respeto y un cuidado especiales para asegurar la buena convivencia. Si el desorden no te molesta dentro de tu propia habitación, debes recordar que el salón o la cocina no son sólo tuyos y que todos los que viven en la casa merecen sentirse a gusto. Además, siendo zonas comunes, todos los integrantes del piso tenéis el mismo derecho a disfrutarlas y disponer de ellas: nadie debe adueñarse de las mismas y utilizarlas como una extensión de su habitación privada, pues es muy desconsiderado y seguro que ello traerá problemas. Un truco en este sentido puede ser el de establecer turnos dentro de lo razonable: puede ser difícil hacer un horario de baños al más puro estilo Sheldon de The Big Bang Theory si se da alguna urgencia pero, si un compañero tiene peor horario de trabajo por las mañanas, se le puede dar prioridad en la ducha; o si un día a la semana hacen la serie o programa preferido de alguien, este puede disponer del sofá y la tele esa noche, dejándola libre para que otro pueda ver sus películas o partidos cada viernes. Hablando, quizás incluso descubrís gustos parecidos y el disfrute de las zonas comunes se vuelve mucho más divertido.
Pero el uso de esas zonas va mucho más allá de quién se sienta en el sofá y controla el mando del televisor. Hay otros espacios como la entrada, la cocina o, en muchos casos, el baño, que también deben repartirse. Incluso si sois muy amigos, va a ser natural que cada uno de los convivientes en el hogar quiera tener un control y orden de sus cosas, y para ello se deben repartir los recursos de que se disponen. Si la nevera tiene varias baldas, seamos considerados y respetemos la comida y el espacio del otro para que no se lleve una desagradable sorpresa a la hora de prepararse la cena cuando llegue tarde; si la casa sólo tiene un baño, delimitemos bien dónde va el cepillo de dientes y el champú especial de cada uno. Estos detalles hacen que la convivencia sea infinitamente más agradable y evitan que se acumule el malestar.
Además de los espacios, algo que va a tener que repartirse sí o sí son las tareas y limpieza. Nadie está por encima de nadie y es natural que todos arrimen el hombro (salvo excepciones de carácter puntual como, por ejemplo, una grave lesión, donde entendemos que esa persona puede necesitar un trato especial). En la mayoría de casos, un calendario de tareas va a garantizar la sensación de equilibrio en el piso y va a ayudarnos -u obligarnos- a ser más considerados con los demás: no ensuciaremos de más cuando limpia el otro si sabemos que la semana siguiente nos va a tocar fregar los cacharros a nosotros. Una casa limpia, ordenada y ventilada facilita enormemente la convivencia y genera un buen ambiente natural mientras que, por el contrario, el caos, el desorden y los malos olores ponen en tensión a las personas y las hacen reaccionar peor a todo. ¡Nadie quiere vivir amargado! Vale la pena fijar las normas de higiene y salubridad antes de empezar la convivencia. ¿Querremos andar por la casa con zapatos de calle o dejarlos en la puerta? ¿Vamos a separar y reciclar los residuos? Todo esto debe hablarse con respeto y asertividad. Si no coincidimos en muchos de estos aspectos y eso genera tensiones, quizás necesitemos un compañero más afín.
E igual que el desorden es molesto, la contaminación acústica puede serlo también. El ruido se define como un “sonido inarticulado, por lo general desagradable”, y no queremos que nuestra convivencia sea ruidosa y, por tanto, desagradable. Si bien algunas pequeñas molestias van a ser inevitables -cerrar la puerta si por trabajo nos vamos de casa muy pronto o muy tarde, fregar las cazuelas a una hora razonable, usar la lavadora, etc., podemos hacer nuestro mejor esfuerzo por ser considerados en este aspecto y, sobre todo, avisar cuando vaya a ocurrir cualquier cosa que se salga de la norma, para asegurarnos de no haber escogido el peor día posible para ello. Recuerda: sólo podrás exigir que te traten como tú has tratado al resto. El entretenimiento puede ser una fuente de “ruido” habitual y cada cual tiene sus gustos musicales y televisivos. Ya sea que quieras animar a tu equipo durante el derbi, escuchar música mientras estudias o haces ejercicio, o te encante tener largas charlas por teléfono con tu familia o amigos, unos auriculares son el aliado perfecto para no molestar a tus compis.
Un apartado que merece mención especial por su vital trascendencia es el tema de los invitados o incluso las fiestas en el piso. A todos nos gusta invitar a personas que queremos a nuestra casa, pero no podemos abusar de ese beneficio si la casa no es sólo nuestra. El resto de compañeros tienen que sentirse a gusto, y no es agradable salir en pijama o albornoz contando con que sólo estáis los habitantes del piso para, de pronto, encontrarte de frente con un completo desconocido. Seamos considerados con ello, avisemos siempre que sea posible y recurramos a las zonas privadas para atender a nuestras visitas. El asunto se vuelve más espinoso todavía cuando no hablamos de uno o dos invitados sino de un auténtico evento social como una fiesta. La sensación de independencia de habernos emancipado no debe hacernos olvidar que no somos los únicos que vivimos -y pagamos- en esa casa. La clave va a ser el consenso: podéis estar de acuerdo en que las fiestas están prohibidas, o fijar un máximo de eventos o personas al mes, o un toque de queda. ¡Comunicación!
Lo único tan delicado como la gestión de los invitados, sino más, es la gestión del dinero y los gastos comunes. Si bien ya hemos dejado claro que la separación de los bienes de cada uno es la mejor forma de evitar roces, por ejemplo, en la nevera o con los productos de higiene personal, hay casos en los que va a valer la pena realizar una inversión conjunta. Algún electrodoméstico o mueble que a ambos os interese mucho tener o los productos de limpieza de la casa son cosas que no merece la pena comprar dos veces y de las que todos os podréis beneficiar. Del mismo modo, los gastos comunes que puedan ser variables, como el agua o la electricidad, requieren una consideración especial. Del mismo modo que no hace gracia dividir la cuenta de un restaurante a partes iguales cuando nosotros hemos pedido agua y el otro un Sauvignon, tampoco hace gracia intentar ser ahorrador con la calefacción o el aire acondicionado y que el uso abusivo de otro nos obligue a pagar una cantidad exagerada a final de mes. Como en todo, fijar términos y ser transparentes nos va a ahorrar muchos quebraderos de cabeza.
Y, por último, el aspecto más evidente pero también más importante a cuidar va a ser el de la seguridad. Nadie puede vivir a gusto en un sitio en el que no se siente seguro, y tanto por nuestro propio bien como por el de los demás debemos prestar especial atención a este aspecto: cerrar bien las puertas y ventanas al salir, no dejarnos velas encendidas sin supervisión que puedan causar algún desastre, vigilar los objetos de mayor valor, no traer a personas desconocidas a casa, respetar lo fijado por contrato para evitar sustos o sanciones… El sentido común es la clave: ¡tengamos cabeza y empatía y la convivencia será más segura y agradable para todos!